Esperando...



- ¿Qué haces?
- Estoy esperando a Godot.
- ¿Y quién es Godot?
- Algo importante.


[Samuel Beckett, "En attendant Godot". Con ajustes, desde luego.]

La balada de Mack el Cuchillo


En Londres, a comienzos de siglo:

Sí, los tiburones tienen dientes muy blancos, cariño; dientes de verdad, muy relucientes y afilados. Y los muestran, los muestran siempre, tan brillantes y malos. Aquél, Mack The Knife, o Mackie Messer, solía asolar las calles de Londres, él solito, ese tal Mack. Las esquinas oscuras, los domingos azules, la playa y las riberas solitarias del río. Un cuchillo llevaba el tal Mack, y lo escondía, lo escondía siempre, para tenerlo fuera de vista.

¡Desapareció Schmul Meier! Y a Jenny Towler, con un cuchillo clavado en el pecho la encontraron. Y a una viuda pequeña, muy joven, y después un gran fuego en Soho, siete niños muertos y un anciano gris. Un saco de cemento echó Mack al río, con mucho peso, ya sabes tú para qué, que no debe volver a flote. Todos gente de dinero y sin nada en los bolsillos, pero que no le pregunten a Mack, porque nada sabe él. En Londres, donde algunos están en la oscuridad, y otros están en la luz. Pero sólo se ve a los que están en la luz, a los del lado oscuro, a ésos no se les ve.

Louis Armstrong y la balada de Mack el Cuchillo (y ojo a los dientes de Louis...) O el Mackie Messer de Bertolt Brecht y Kurt Weill. En Londres, un tal Mack a comienzos de siglo...





Mack The Knife by Louis Armstrong

El dinosaurio sigue ahí

[Un brevísimo de Augusto Monterroso, íntegro más ajustes, como corresponde. Mi favorito para el dinosaurio: la Iglesia Católica.]



Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí...
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Florentino desafía al tiempo

Florentino Ariza no es un hombre de medias tintas. Creció en el Caribe colombiano, en épocas cuando el cólera causaba estragos en todos los pueblos tórridos de la región, y aprendió muy rápido a cultivar una voluntad férrea, que no se doblegara a ningún capricho del destino. Su apariencia frágil no lo delataba a primera vista, pero Florentino Ariza podía aguantar sin inmutarse el calor despiadado que desprende el vaho de los piélagos al mediodía y derrite la grava hirviente de la calles, capaz de derrumbar aún a los mulatos más curtidos de las azucareras, así como el transcurso de los años que se interponían entre él y su felicidad final.
Florentina Ariza conoció a Fermina Daza muy joven, y apenas la vio avanzar entre los ramos de flores blancas y los puestos con olor a fritanga del mercadillo en Cartagena de Indias, supo que era la mujer de su vida. Seguro urdió en su mente algunas palabras para sí mismo, no como un lamento gélido, sino con una terquedad inaudita y exenta de dudas:

- Te amaré por siempre.

Fermina Daza lo quiso un momento para después olvidarlo, se casó y tuvo hijos, lo odió a la vejez, de viuda, pero Florentino Ariza no se olvidó nunca de su promesa. Se empecinó en desafiar cualquier ley de vida, cualquier razón que le dijera que todo amor es efímero, y jamás eterno. Y también deja claro – como resume García Márquez su dimensión sobrehumana – lo que durarán sus ilusiones, sus sueños, su amor inverosímil y febril como las noches más calurosas e insomnes de la canícula caribeña: toda la vida.

Al público

[Un inciso, pero de los mejores. Un alegato extemporáneo al público en abstracto, para la eternidad. Con ustedes, Kurt Tucholsky.]

(1931)

Oh, venerado público,
dime una cosa: ¿de verdad eres tan tonto,
como nos dicen todos los días
todo tipo de empresarios?
Cada director de trasero gordo
dice: “¡Si el público lo quiere así!”
Y cada botarate del cine: “¿Qué quiere que haga?
¡Si el público pide esas cosas melosas y cursis!”
Todo editor se encoge de hombros y dice:
“¡Si los buenos libros no se venden!”
Dime entonces, querido público:
¿De verdad eres tan tonto?

¿Tan tonto para que en los periódicos, de mañana o de tarde,
haya cada vez menos que leer?
¿Por el solo temor a que te puedas sentir ofendido;
por el puro miedo a que alguien se pueda sentir perseguido;
por la sola preocupación a que los señores Müller y Cohn
amenacen con cancelar su suscripción?
Por el sobresalto a que al final
venga alguna de las numerosas organizaciones del Reich
y empiecen las protestas y las denuncias
y las manifestaciones y los procesos…
Dime, querido público:
¿De verdad eres tan tonto?

Pues entonces…
Pesa sobre este tiempo
la maldición de la mediocridad.
¿De verdad tienes tan mal estómago?
¿Es que no puedes aguantar la verdad?
¿Es que es cierto que sólo puedes digerir papilla?
Pues entonces…
Sí, entonces te lo tienes bien merecido.

Alex DeLarge

No, no, no. Alex no es un mal tipo. Le encantan los vasos de leche fresca, por las mañanas o por las tardes, y sin nada que mancille su color blanco impecable. Escucha además a Beethoven, Ludwig van, preferentemente la Novena Sinfonía, que es la inspiración pura. La que hace a uno perder los sentidos. A Alex le gusta vestir de blanco inmaculado también, y llevar un sombrero de copa elegante, de esos con forma de cilindro. Mira por debajo de unas pestañas encantadoras, Alex DeLarge, y tiene siempre una sonrisa en los labios.

Si no fuera por lo de los sentidos. En pleno éxtasis puede ocurrir que Alex pierda un poco los papeles, y se le pase un poco la mano con la energía. Y que pegue a un anciano o robe a un vagabundo o sodomice a una artista o acuchille a un colega o asesine a una mujer sola en su casa por la noche y con un falo gigante y de plástico. O que, simplemente, se tire él mismo por la ventana, de una altura que por poco ni la cuenta.

Sensibilidad y energía destructiva, ésas son las dos caras de Alex DeLarge. Nada más. Aunque hay otros que tienen otra teoría en esta sociedad, que no lo entiende - tal y como cuenta Stanley Kubrick en La naranja mecánica -: sólo quieren que funcione como un reloj, perfecto y mecánico, y desalmado. Un reloj, pero sin el alma del pobre Alex, que no es un mal tipo. Seguro que no. ¿O sí?





A Clockwork Orange

El Jaguar


El libro de Vargas Llosa, en la película de Lombardi (1986)

Jaguar, Jaguarcito. Todos le tienen miedo al Jaguar, porque creció en un barrio del puerto del Callao y sabe trompearse mejor que nadie. Si te atreves a meterte con él, seguro que te muele a cabezazos y te planta los pies en la cara las veces que quiera, sí, cuando se le antoje y por más que te defiendas, que subas las manos y te cubras con lo que quieras, porque el Jaguar aprendió a pelear en la calle, como los hombres de verdad, sin amilanarse ante ninguno, por más que los otros se hubieran peleado mil veces más que él, con navajas o con lo que les pareciera.

El Jaguar es un tipo especial. Es alto y rubio, y no le tiene miedo a nadie, ni siquiera a los oficiales del colegio militar. Es agilísimo, una flecha, por eso todos le llamamos el Jaguar. Dicen por ahí que aprendió a valerse con sus propias manos en la vida de verdad, metiéndose a robar en las casas de los ricos. Y dicen que se atreve a robarles los exámenes a los mismos profesores, para vendérselos a los demás alumnos, y que organizó a la banda para masacrar a los pobres idiotas que se atrevieron a intentar pegarle cuando era un cadete nuevo. Si hablas con él mejor que sea con cuidado, para no ponerlo de mal humor. Y con mucho respeto, Jaguar, Jaguarcito, porque a ti no te gana nadie.

Al Jaguar – describe Vargas Llosa el microcosmos peruano – todos le tienen miedo. Le tenemos miedo, aunque no sea nada ni llegue a ser nadie jamás aquí ni en ningún sitio, porque es el más bravo de todos. Porque eso es lo único que aquí cuenta.