Raskolnikov no es un asesino. Se viste con harapos, su habitación es un sarcófago espantoso en San Petersburgo y acaba de descerrajarle un hachazo en la cabeza a una anciana usurera, después de devastar la puerta de su casa; también a la hermana de la prestamista, la inocencia pura e inoportuna, la liquidó el hacha.
Pero, no, Raskolnikov no es un asesino. Estudia derecho en toda la pobreza rusa del siglo XIX y cree en Napoleón, o en el superhombre, o en el príncipe de Maquiavelo, aunque posiblemente no lo leyó nunca. Cree en el talento y la superiodad a pesar de la indigencia, y la purísima desconsideración como medio para llegar al final.
Pero Raskolnikov, Rodion Romanovich, tiene que pagar sus culpas. Por voluntad propia. En una prisión siberiana, aún mucho antes de que se pretendiese enterrar culpas colectivas - falsas y más falsas - en esas geografías. La de Raskolnikov es una expiación personal, y quizá resulte después un hombre nuevo, acaso sin esas otras connotaciones. Pero esa historia - dice Dostoyevski cuando acaba de trazar el mapa psicológico de Rodion Romanovich - se tendrá que contar en otro lugar.
1 comentario:
Muy tuya la entrada...me recuerda a cierto libro que acabo de leer hace unos días...
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